El gasto

El gasto


En la época de las abuelas -la de ustedes y la mía- el gasto cotidiano era como un ritual. El esposo, todo un señorón, al momento de darlo (que siempre era el último), sacaba pomposamente el billete o los billetes, según la ocasión, y tras de mil recomendaciones, lo depositaba sobre el buró.

Por supuesto que el buró de su lado, para que la esposa hiciera el esfuerzo de rodear la cama y tomarlo. Vamos, que le costara un poco de trabajo ya que él tan generosamente lo daba.

Don Manolo Durón, tal como lo indica su apellido, era durísimo en lo que respecta al gasto. Desde la noche sufría mareaos con solo pensar que tendría que abrir la cartera.

Su esposa conocía este malestar y, para no interrumpirlo, se retiraba al saloncito y hacía como que remendaba calcetines. El señor Durón, dando resoplidos, contaba los billetes, los colocaba en su mesita nocturna y, ya en pijama, los volvía guardar en la cartera pensando “mañana se lo doy”.

Esto lo hacía con la esperanza de que durante la noche ocurriera un milagro, para que él se viera libre de esa penosa tarea. Pero en la mañana, viendo que nada inusitado había sucedido, se le secaba la garganta, la barba se le volvía más hirsuta, sufría náuseas y, algunas veces, el médico familiar tenía que venir a destrabar sus miembros engarrotados. El día, pues, resultaba bastante más caro si al consabido gasto se le agregaban los honorarios del doctor.

El pobre señor Durón terminó en la Castañeda.

Sin embargo, don Fausto Comillas era el hombre que más sufría. Su padecer llegaba a tal grado que, algunas veces, prefería no dormir en casa y mejor pernoctaba con sus padres. Para él, estas escapadas a la casa paterna eran como oasis: ¡levantarse por la mañana sin tener que cumplir la repugnante obligación de dejar el gasto!

Su mal llegó a ser tan lacerante que nombró un abogado que efectuara esta gestión engorrosa. Dicho licenciado recibía la cantidad semanal con la orden de entregar una parte del dinero a la señora Comillas cada noche; nunca todo junto.

“El gasto debe ser cotidiano” decía él. De estas visitas nocturnas se originó una bella amistad entre su esposa y el licenciado pues tenían en común el gasto. Con el tiempo, la amistad se convirtió en algo más profundo y así don Fausto fue relevado de la obligación de aportar cantidades semanales para la manutención de la casa.

En la actualidad, con la liberación de las señoras y con tantas tarjetas y cheques de diversos colores, el tono crítico, característico del momento de dar el gasto, se ha convertido en cosa del pasado.


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