Ambrosía Mirador

 



Ambrosía Mirador


Ambrosía Mirador tiene un compromiso a las nueve de la noche; son las ocho y aún está preparando su toilette. Es el cumpleaños de su amiga Malena, y no ha tenido tiempo para comprar su regalo; su situación es muy difícil, pues su amiga le ha prometido un trabajo excelente en el negocio de su esposo ¿qué hacer? Ambrosía busca entre sus pertenencias algún objeto que no se vea usado. De pronto ve un collar que le parece desconocido. “Alguien me lo habrá obsequiado en alguna navidad o cumpleaños, está bonito y el estuche se ve impecable”. Ambrosía lo envuelve cuidadosamente, justo a tiempo, su esposo la espera ya en el auto. Cuando llegan a casa de su amiga, los demás invitados ya han llegado, ocho en total y de los más allegados. Abrazos, besos, los consabidos “qué bien te ves, me gusta tu vestido, engordaste un poco, etc”.
Ambrosía alarga el estuche a Malena, ésta le quita papel y cintas.
¡Qué hermoso estuche, tan delicado, tan solo con él me siento halagada... ah, pero qué maravilla! ¡Son esmeraldas! Pequeñas, pero al fin esmeraldas. Amiga, no debiste hacer este derroche.
Ambrosía se ha quedado sin habla (ignoraba que fueran esmeraldas). Jaime, su esposo, tiene color ámbar, el marido de Malena está a punto de caer desmayado. Los demás invitados hacen gran alboroto ¡esmeraldas!, bromean y ríen. Malena luce su regalo con orgullo. La cena transcurre plácidamente, la agasajada ríe sin parar y a cada momento voltea hacia el espejo para recrear su vista con el collar. La velada toca a su fin, se despiden.
De regreso a casa, Ambrosía permanece callada; su esposo parece un cadáver. Cuando llegan a su casa, el silencio continúa, ella se pierde en vacilaciones ¿de dónde habrá venido ese collar? ¿Quién pudo habérselo regalado? ¿Y Jaime? Qué raro ha sido su comportamiento.
Al día siguiente, el esposo de Malena visita a Jaime en su despacho; entra desencajado y se encuentra con su amigo, más desencajado aún.
- Quiero una explicación de los hechos, Jaime. Me siento traicionado por ti. Confiaba en tu amistad y discreción, por eso te pedí que me guardaras el collar que iba yo a obsequiar a Ludovica, mi amiga sueca; le debo mucho, me consoló cuando en su país me encontré sin pasaporte y sin dinero. ¡Habla!
- Te juro que para mí esto ha sido un enigma. Solo recuerdo que al llegar a casa hace cuatro días, coloqué el estuche encima de mi escritorio, pues pensaba guardarlo en mi caja fuerte; tal vez Etelvina, la recamarera, curiosa como todas las mujeres, abrió el estuche y pensó que era de mi mujer y lo depositó donde Ambrosía tiene sus chucherías ¿Qué puedo hacer? Tú sabes lo atrabancada que es mi mujer, siempre se le olvida comprar sus regalos y sale del paso obsequiando lo suyo... te pagaré las esmeraldas cuando termine de pagar mi coche.
- No digas eso, al fin que fueron a parar con mi mujer, está loca con ellas y quiere levantar un monumento a Ambrosía; dice que para su cumpleaños debemos regalarle algo digno y valioso; salí doblemente trasquilado.

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