El anillo
El anillo
Rolando acaba de obsequiar un costoso anillo a su esposa Clarita.
-Tienes que cuidarlo como si fuera uno de nuestros hijos, aquí tienes una lista que te orientará sobre todo lo que no debes hacer portando el anillo.
Clarita agradece el regalo con gran júbilo.
-¡Es maravilloso, parece como si una estrella se hubiera posado en mi dedo.
- Sí, sí, claro; pero no olvides que es valiosísimo y antes de usarlo, deberás leer el instructivo que preparé para ti.
-¿Aparte de ser anillo, ¿tiene otras funciones? – pregunta Clarita, cándidamente.
-Bueno, solo te digo que de hoy en adelante tienes dos “señores”: Yo y el anillo.
Rolando se va a sus negocios, Clarita después de hacer su gimnasia, inicia la lectura del “instructivo”:
Regla no. 1: Agradecer profundamente tan valioso obsequio.
Regla no. 2: Nunca usar el anillo cuando realices tareas hogareñas.
Regla no. 3: Evitar llevarlo a salones de belleza.
Regla no. 4: Procurar que ningún pariente se entere; causaría muchas envidias.
Regla no. 5: Que el casero no lo vea; nos aumentaría la renta.
Regla no. 6: No llevarlo puesto al salir del supermercado.
Regla no. 7: Si se tiene algún compromiso social, puede usarse, siempre y cuando el marido acompañe a la portadora.
Regla no. 8: Y por supuesto, jamás usarlo cuando manejes.
Regla no. 9: Puedes lucirlo mientras lees o escuchas música en la sala de la casa, pero siempre con Nerón, nuestro can, al lado.
Regla no. 10: Ahora lo guardarás en la caja fuerte.
Clarita, presa de indignación, se coloca el anillo y piensa enseñárselo a sus amigas con las que tiene ese día un desayuno.
A las diez en punto, Clarita glamorosamente vestida, maquillada y luciendo el anillo, llega al restaurante. Las señoras detectan el anillo en un abrir y cerrar de ojos; todas lanzan exclamaciones de júbilo: ¡Qué detalle!, ¡Te envidiamos!, tu esposo es único!, etc. El desayuno se convierte en fiesta. Cuando beben la segunda taza de café, dos caballeros elegantemente vestidos, se acercan y uno de ellos, con sonrisa aterciopelada dice:
-Señoras, no pronuncien palabra, queremos el anillo de la dama de verde.
Todas enmudecen, una derrama el café, otra se desmaya; Clarita, más rápida que un relámpago, entrega el anillo. Los caballeros abandonan el lugar, después de algunos minutos las señoras se recuperan. Clarita está más verde que su vestido.
-Si existiera la legión extranjera, me iría ¿qué haré?
Todas dan un consejo; la más sensata dice:
-La verdad no hay problema.
-Si lo hay, Sibil, Rolando me prohibió usar el anillo sin su compañía. Me retiro, creo que voy a empacar; partiré para alguna isla desierta. Adiós amigas, fui feliz de conocerlas.
Clarita llega a su casa, se siente tan mal que no puede ordenas sus pensamientos. “Iré al Monte de Piedad, allí si encontraré uno igual, venderé mi carro, pero si lo vendo, qué le diré a Rolando, ¡ah, qué desdichada soy! ¿Por qué me regaló Rolando esta maldición? Yo era dichosa con mis anillos de zafirito y granatito, ¡ay de mí!”.
Clarita se encierra en su recámara con la orden de no ser molestada; toma una novela policiaca, tratando de encontrar una solución a su problema pero no resuelve nada. Clarita duerme como cuando era niña donde después de una reprimenda lloraba y se quedaba dormida. Alrededor de las siete de la noche, llega su esposo, entra intempestivamente a la recama y exclama:
-¡Despierta Clarita! Iremos a cenar con los Simpton, por fin cerraré el trato, se me hizo el gran negocio. ¡Ah!, ponte más guapa de lo que eres y sobre todo, podrás lucir el fabuloso anillo que te compré. Aquí lo tienes ¡qué estuche tan selecto! ¿Verdad?
Clarita siente que todo su ser se desploma en un abismo.
-¡Ah! Por cierto, olvidé aclararte que el anillo que puse en la caja fuerte es imitación. Yo guardo el auténtico, helo aquí ¡cómo brilla! ¿verdad?
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