Los misterios del menú

 



Los misterios del menú


Don Leopoldo Cazamanil es muy dado a frecuentar restaurantes exóticos. Entre más sofisticado es el lenguaje de las cartas, más disfruta de los platillos. Sin embargo, le ha tomado 30 años conocer los secretos de los extravagantes títulos de platos y bebidas. Ahora ya es un conocedor; ha sido tan requerido por sus servicios como consejero, que fundó una especie de agencia dedicada a la gastronomía excéntrica. Le llama El arte de traducir menús. Su tarjeta de presentación reza así:

Leopoldo Cazamanil y asociados
expertos en evitar vergüenzas
en todo tipo de ignorancia gastronómica.
Somos magos para interpretar platillos
incongruentes y estrafalarios
¡Llámenos

En cierta entrevista televisada, Cazamanil disipó dudas respecto a títulos difíciles de platillos.
- ¿Cómo nació tan brillante idea, señor Cazamanil?
Del sufrimiento al no poder saber qué representaba cada nombrecito. Y además de los padecimientos de mi estómago. En ocasiones pedía algo así como Lait naïf y, bajo nombre tan inocente, se ocultaba un postre agresivo de orejitas de iguana con leche de cabra. Nunca he sabido si, en realidad, las iguanas tienen orejas.
- ¿Podría decirnos algunos de los nombres de platillos que le han valido premios?
- Sí, con gusto. El Coqueluche à la diable no es tosferina del diablo, como una traducción precipitada haría pensar, sino pollo con cuernos…de pan. En los Chiles fingidos no hay hipocresía; tan solo se trata de una bolsita verde hecha de espinaca y con forma de chile poblano, rellena de piñones.
El Pollo a la cazadora, son alas con cartuchos de bala de chocolate. Carotta all’Allighieri no es una cara grandota de Dante. Se trata de zanahorias estilo florentino, es decir, con cáscara y rabo.
El famoso Filete Sol Meunier lo comía el Rey Sol muy meneado. Pipistrello alle Lucciole no es un murciélago con luciérnagas, sino gorriones encendidos con cognac.
- ¿Cuál ha sido su mayor triunfo, señor Cazamanil?
- ¡Ah, todavía lo recuerdo! Asistía yo a una gran comida en un restaurante de Polendas (un amigo mío con este nombre). Éramos ocho, de los cuales seis eran ministros. El menú, uno de los más estrafalarios que he visto. Los ministros sudaban la gota gorda. Algunos comentaban su falta de apetito, otros trataban de recordar los idiomas aprendidos en la época de estudiantes.
De pronto tuve una inspiración y poniéndome de pie, dije: “Señores, permítanme recomendar a cada uno lo que va con la propia personalidad”. Para ellos fue como un juego divertido, a la vez que se veían salvados del ridículo.
“Al señor Ministro de Recursos Hidráulicos le recomiendo Soupe à la pompe (sopa a la bomba) y Fetuccini arrosti (fideítos regados). A usted, señor Ministro de Educación, le va muy bien Soupe aux lettres, Tournedó à la Montessori y Reins de Pestalozzi.
“Para el señor Ministro de Economía, Minestrone Avare (un sopón avaro). Solo eso. Al señor Ministro de Agricultura, Soupe à la terre cuite (sopa de terracota) y Moissons à la Chorrue (semillas al arado).
“Y para todos el mismo postre: Neupeil-Strasse-Grün-mit-Kröne, o sea, nopalitos de la calle verde con coronas”.
Esto me valió un puestazo, en el metro.


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