La vida empieza a los sesenta
La vida empieza a los sesenta
Mercedes Rincón llegó a la puerta de los sesenta con el ánimo bien dispuesto.
- No hay que sugestionarse con la idea de que a esta edad empieza el declive; debo seguir con la misma vida. Nada va a cambiar, lo mismo sucedió cuando cumplí cincuenta. Recuerdo el escándalo que armé: ¡Cincuenta!… y pensaba en mi abuelita y en mi madre. ¡Caramba, qué paradoja! Yo, la nieta juguetona de la Yaya, con medio siglo a cuestas. Confieso que me causaba vergüenza esta molesta cifra; pero a la gente ni le importaba. Cobré confianza, más bien, me volví valiente y un poco cínica. Siempre que había oportunidad, declaraba con orgullo: “Tengo cincuenta años, los mismos que la Taylor ¡Guau! ¡qué bien estoy!”
Ahora, Mercedes no se siente tan optimista. Ya ingresó al periodo de los “nunca”.
Una mañana, las piernas son de acero inoxidable. De pronto la cabeza parece tener coco rayado; las muelas están ahuecándose. Y lo más terrible, es que todo el cuerpo parece comportarse como un viejo saco al que hay que arrastrar.
¡Ah, sí! Ahora recuerda aquello que su abuelo decía y que nunca comprendió: la “edad de los metales”. Ella pensaba que había que ir a buscar metales. Pero sigamos. Decía que, por la mañana piernas de acero; a las doce, vista nebulosa. Apetito voraz cada 2 o 3 horas. A las 4 de la tarde, abdomen como globo de Cantoya.
- Pero si yo nunca… ¡digería hasta las piedras!
Entre las 6 y las 7 de la tarde, sueño incontrolable. De las 11 en adelante, insomnio. A las 4 de la mañana, calambre asesino (¡Yo nunca!).
Hoy se inclina bruscamente para recoger basuritas y se queda como línea curva. Mañana habrá que visitar al quiro… quiro… ¡Un quiro algo! ¡ah! Y algunos problemas con las vísceras.
- Tiene usted piedritas
- ¿Son preciosas, doctor?
- Algo, pues el tratamiento le costará bastante.
- Pero si yo nunca…
- Además debe hacerse un chequeo general. Aquí, por supuesto todo es con rayo láser.
Mercedes piensa que tan solo el chequeo la llevaría… ¿a la tumba? ¡No, a la ruina! Una cosa es tener sesenta años y otra, ser tonta.
- Mire usted, doctor… ¿Cuál es su nombre? Ahora recuerdo; se apellida como el famoso tónico que nos recetaban de pequeños. ¡Laroche! Eso, bueno, como le decía… ¿a qué vine aquí? Mejor me voy, porque no recuerdo dónde estacioné el coche.
Si no existieran calendarios ni relojes, nadie sabría los años que pasan. Todos seríamos muchachos joviales, pues el contar cada año, aumenta nuestra angustia ¡Fuera calendarios! ¡Abajo los relojes! De hoy en adelante, en esta casa se prohíbe la entrada a Cronos. Mañana desempolvo mi bicicleta de montaña; también cambiaré mi alimentación. ¡Mi yantar será macrobiótico! Olvidaré los consejos de amigas: nada de restirarme ¿para qué?, si por dentro todo está arrugado. No iré a dormir a Suiza un año, ni teñiré mi cabello. ¡Ay! Se me acaba de torcer el cuello ¡Qué raro! Si yo nunca…
(C) Flora Esperón Lepine
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