Los convidados de almidón

 




Los convidados de almidón


Don Federico Pérezlargo se quitó los espejuelos y miró atentamente a su familia.
- Tengo algo importante que decirles: voy a invitar al señor Koleman, a su esposa y a sus hijos, pues me interesa lograr un importante negocio…
- ¡Qué bomba! - dice la señora Olga Pérezlargo! ¡Koleman y su esposa, ese par de estirados, aristócratas de baratillo! (a ella no le dan gato por liebre).
- ¿Para qué invitar gente inflada? - Dice Jaime, el hijo mayor.
- Son intratables - opina Diana.
-¿Por qué los odian tanto? - pregunta Laurita- si les caen tan mal, no los inviten.
- Son castigos ineludibles, como las enfermedades eruptivas - comenta la abuela.
- ¡Vaya! Traerán al sangrón french poodle de pacotilla, piensa Migajón, el gato consentido.
El señor Pérezlargo no se arredra: 
- ¡Gracias por su apoyo, familia! Está bien; los llevaré a la covacha para no molestar a nadie.
-¡ De ningún modo! -salta Olga- que vengan, si no hay remedio.
El sábado, más puntuales que un relojero inglés, los Koleman, con hijos y french poodle llegan a casa de los Pérezlargo.
Olga contrató servicio doméstico de los Estudios Churubusco: doncella de formas provocativas enfundada en clásico uniforme, cocinera con aspecto señorial; mesero tipo italiano, eficientísimo y mayordomo monstruo.
Se inicia la velada: primera ronda de copetines, se rompe el hielo. Segunda ronda; las sílabas se arrastran un poco. Tercera ronda; carcajadas sin ton ni son. Los chicos Pérezlargo se miran perplejos ¡Si hasta parece que todos se quieren! Solo Migajón lanza miradas rabiosas desde su cojín de terciopelo:
- Vaya con el perrucho enclenque. Miren que peinadito le hicieron.
Pasan al comedor. El entremés desaparece entre risas, la sopa de patas de tortuga a la libanesa los calma un poco. Jaime procede a trinchar el asado, pero éste salta y va a caer en la blusa de guipure de la señora Koleman. Migajón se relame, el french ni pestañea. A Olga se le atora el hueso de una aceituna gigante. La abuela estornuda y lanza una lluvia de galletita con kaviar sobre la cara de palo del señor Koleman. Los chicos se desternillan de risa; el mesero, como todo buen actor, saca unos alicates, prensa el asado, lo deposita sobre el platón y, con sonrisa mastroiannesca, limpia los encajes de la señora Koleman, la cual casi sufre un desmayo, por sentir tan cerca a tan bello ejemplar masculino.
Corren los vinos, se olvida el incidente. La señora Koleman, con mirada felina, sigue a todas partes al guapísimo mesero; a los postres, derrama a propósito la crème au chocolat. Rápido como el viento, Migajón salta y lame el mantel, la blusa y las manos de la señora Koleman; esta crema es su locura.
¡Qué chasco! La señora Koleman deseaba ser atendida por el italiano, no lengüeteada por el gato; la abuela ríe a mandíbula batiente, los hijos de ambas familias pierden lo acartonado y bromean. El señor Pérezlargo desea charlar de negocios, pero Koleman, poseído por un ataque de hilaridad (le parece gracioso ver a su mujer y al gato disputarse la crème au chocolat) enciende y apaga su habano. Olga opta por beber de un solo trago la flauta entera de champagne y… cae cuan larga es.
Son las tres de la madrugada; la cena ha llegado a su fin. Los dos señores charlan amigablemente, Olga duerme en un sofá con Migajón debajo de su brazo; la señora Koleman juega con la abuela damas chinas. Los chicos bailan rabiosos y desenfrenados en la azotea.
¡El negocio se ha cerrado!

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